Carnavales

Ahora, por carnavales, los niños se disfrazan para ir al colegio. Y así, disfrazados, han vuelto mis tres nietos del colegio: una medusa, un cavernícola y un Joker. Con esta extraña mezcolanza se acabó la tranquilidad en la casa. La medusa me persigue por todos los rincones para picarme porque, según ella, es de las que pican mucho, mucho. El cavernícola, de tres años, gruñe todo el rato, grrrr, ha entendido perfectamente que con su disfraz el lenguaje no existe, que las cosas aún no tienen nombre. Y el Joker no deja de descojonarse sonoramente, no le basta con la perpetua risa en la cara. Yo he ido al chino de mi barrio a comprarme un traje de hombre invisible, pero el chino me ha dicho que de homble invisible no fablical.

Baltasar

 

Reyes Magos

El día de Reyes me disfracé de rey Baltasar para darle una sorpresa a mi nieta Ana, de tres años. Me puse peluca y barba blancas para ocultarme mejor, y una corona de cartulina forrada con papel de oro. La cara me la embadurné de betún, y me vestí con una colcha roja a modo de túnica. Por último, me cubrí los hombros con una capa de fieltro blanco al que pegué unos pequeños pompones de lana negra para simular la piel del armiño. Estaba perfecto: ni yo mismo me reconocía en el espejo.

De esta guisa, con un saco lleno de regalos, me presenté en casa de mi hija. Ella y mi yerno me recibieron con aspavientos de alegría, una copita de anís y un plato con turrón, tal y como habíamos acordado. Pero Ana, en brazos de su madre, se hizo pis, no sé si de la emoción o de miedo, pues, aún recelosa, dudaba entre venir conmigo o quedarse con su madre, que la animaba a pasar de sus brazos a los míos.

Pasados unos minutos, ya más tranquila y liberada de humedades, Ana empezó a hablarme, sentada sobre mis rodillas, y me preguntó por mi país y por los otros Reyes, por los camellos y los pajes, por el niño Jesús y la Estrella de Belén. Y me hizo un dibujo de un rey Mago montado en un camello. Uno de esos dibujos infantiles donde una pierna del rey se veía a través del cuerpo exageradamente giboso de un camello de dos patas y larguísima lengua.

Cuando me fui, Ana se quedó jugando con sus nuevos regalos. “¿Sabes, Ana, quién era, cómo se llama el rey que te ha traído los regalos?”, me contó mi hija que le preguntó, y la niña, concentrada en el juego y sin mirar a su madre, dijo: “Sí, el abuelo rey”.