Pedagogía Navideña

Cuando terminamos de montar el belén, a mi hermano y a mí se nos ocurrió hacer unas mascarillas para las figuras. No es una idea original; con el rollo este del coronavirus, a todo el mundo se le ha ocurrido. Pero pensamos que podíamos echarnos unas risas, que falta hacen en esta familia. Y fue pesado y no tan fácil como parece, el hacer mascarillas tan pequeñas, diminutas, sobre todo por las gomitas que las sujetan. Pero mola el resultado de ver las figuras del belén con sus mascarillas tapándoles la nariz y la boca, desde los Reyes Magos hasta el más humilde de los pastores. Bueno, no todas las figuras. El niño Jesús y Herodes se han librado, también los animales. El niño Jesús porque es un recién nacido y no la necesita, Herodes porque mi hermano y yo hemos decidido que haga el papel de negacionista. Para el que no lo sepa, los negacionistas son los que dicen que el virus NO existe. Herodes y sus amigos —que están dentro del castillo pero no se les ve— son negacionistas y hacen fiestas, todos apelotonados, sin guardar la distancia de seguridad. En casa estamos muy enfadados con los negacionistas. Mi padre el que más. Mucho. Y triste. A mí me gustaría hacer algo para que mantuviera la ilusión, como cuando mi hermano y yo éramos también negacionistas, pero de la no-existencia de los Reyes Magos. Ya sabíamos que no existían, pero lo callábamos para que nuestros padres siguieran con la ilusión de creernos ingenuos. ¡Qué tiempos aquellos!

Hoy, de noche, papá ha regresado de la calle con unos circulitos de papel adhesivo de color verde fosforescente y los ha ido pegando por todo el belén. Mamá, mi hermano y yo expectantes. “Aunque no lo veamos, el virus está ahí”, decía papá, con tanta rabia que parecía que se iba a echar a llorar. “Está en las aspas del molino, en las puertas de las casas, en las capas de los Reyes, en la lana de las ovejas, en las alas de los ángeles…”, decía mientras pegaba los circulitos. Y luego ha apagado las luces del salón y ha encendido las del belén, para que viéramos el efecto que producían en la oscuridad: las luces de las casas, la de la hoguera de los pastores, los círculos fosforescentes del virus, y en el tejado del Portal, entre dos estrellas de luz, un marco con la foto del abuelo.

Virus

Ordenador pantalla

Ten cuidado, amigo, los virus que circulan por las redes pasan del ordenador a tu cerebro. Allí instalados infectan todo tu comportamiento: repetirás frases triviales, tristes tópicos, embustes, calumnias; comprarás compulsivamente las ofertas que destellan en la pantalla; rendirás culto a la estupidez, a la broma cruel;  insultarás desde el anonimato a todo aquel que piense distinto que tú; alimentarás la ordinariez con tus “me gusta” a discursos-cloaca; tu cara será un permanente emoticón de ridícula felicidad porque el tontovirus quiere desterrar la tristeza pero no lo triste, el sentimiento y no la causa; intentarás hasta la extenuación seguir los consejos de innumerables listas avaladas por expertos de toda índole para que seas el mejor padre y el mejor amante; para que hagas el mejor cocido y el mejor negocio inmobiliario; para que ahorres en la factura de la luz y en las relaciones tóxicas; para mantener a raya tus niveles de azúcar, colesterol, ácido úrico y demás sustancias, y que no te olvides de que eres un laboratorio ambulante con riesgo de explotar… Listas y más listas, manuales simplistas, la caótica y banal enciclopedia de un mundo loco.

Pero yo tengo el remedio para escapar de estos virus que van vaciándote de ti y te convierten en una marioneta, en un bobo ilustrado, es muy fácil, solo tienes que… solo tienes que… tienes que… tienes que…

electro plano