Llenar la vida

Cuando era niño, K tenía una caja de cartón. Y dentro de la caja, el vacío. Nunca la llenó de nada: ni de canicas, ni de cromos, ni de chapas… Aunque era una vulgar caja de cartón marrón, K sentía que era especial. Y si no la llenó de nada es porque esperaba que algún día, al abrirla, apareciera algo, cualquier cosa, que sería maravillosa por el simple hecho de aparecer. Nunca le habló a su familia de este deseo que tenía; se habrían burlado de él. Por eso guardó silencio cuando a su madre le dio por recortar la caja para hacer unos ridículos posavasos y la caja desapareció. Ahora, ya anciano, K sueña a menudo con aquella caja: la lleva en sus manos como si transportara un objeto sagrado, y, cuando la abre, se encuentra con la cara del niño que fue. ¿Qué has hecho con tu vida?, le interroga el niño.

Moscas, mosquitos y moscones

Mosquito

Desde que hace años leí el poema de Antonio Machado dedicado a las moscas, mi relación con estos seres cambió por completo. De hecho, admiro la naturalidad con que las moscas pasan de la mierda a las flores y de las flores a la mierda, de las calvas infantiles a los párpados de los muertos y viceversa, sin remilgos ni aires de superioridad. Ya quisiera yo tener para mí esa capacidad de adaptación.

Algo parecido me ha pasado con los mosquitos después de leer en un artículo que las mosquitas necesitan de nuestra sangre para reproducirse; para alimentar a sus larvas, exactamente. Ahora mi actitud para con los mosquitos es otra. Antes me embadurnaba de repelente, y si algún mosquito (en realidad, mosquita) se posaba sobre mi piel, mi mano, en un acto reflejo, lo aplastaba sin compasión ni posterior remordimiento. Ahora dejo que las mosquitas me piquen como les venga en gana. Eso sí: voy hecho un Cristo. El Cristo de las Picaduras. Pero contribuyo a la perpetuación de su especie. A veces la picadura arrecia y luego la tentación de aplastarlas es acuciante. Entonces tengo que recurrir a imágenes tipo Disney de los tiernos bebés mosquitos, con mofletes de chupóptero y patitas suplicantes. Incluso alguno se me aparece con pañal y patucos.

Los amigos se burlan de mí porque —me interrogan— ¿qué función cumplen las moscas y los mosquitos? ¿Acaso sus diminutas e insignificantes vidas aportan algún beneficio? ¿Perderíamos algo con su desaparición?

Siempre me ha parecido un sinsentido buscarle sentido a la vida, sobre todo un sentido ÚLTIMO. El único sentido de la vida es el que queramos darle. Y, mientras acaricio el lomo mínimo de una mosquita, les pregunto a estos amigos: ¿qué perdería el Universo si dejara caer su mano cósmica sobre nosotros, los grandes moscones?

LAS MOSCAS

PARA VIVIR