El concurso

niño escribiendo

Este año quiero escribir un cuento para presentarme al concurso de Navidad del cole. Mi compañero y enemigo, Paco, me dice que yo nunca podré ganar porque tengo un cerebro de mosquito. No sé de dónde habrá sacado eso. Y ¡qué sabrá él del cerebro de los mosquitos! A lo mejor son muy inteligentes pero prefieren vivir su vida de mosquitos. 

Es verdad que yo pienso poco. Bueno, esto no es verdad del todo, sino que primero actúo y luego pienso. Por eso, como dice mi padre, me paso todo el día pidiendo perdón. Y es que no lo puedo evitar. Ayer, por ejemplo, mi madre me llevó al médico para que me recetara una pastilla que me ayude a pensar y en la sala de espera había un hombre con el pie escayolado. Yo estaba cerca de él, pero a mi bola. Entonces mi madre va y dice “cuidado, no vayas a pisar al señor”. Y fue decirme eso y ya no pude quitarme el pie del señor de mi cabeza. Y mi pie, sin yo quererlo, como si tuviera vida propia, quería chocarse con el del señor. Al final tuve que pedir perdón. Así que es mejor no decirme “no hagas eso”, porque entonces voy yo y lo hago, porque es como si se me clavara una espina y tuviera que arrancármela inmediatamente.

Por eso quiero ganar el concurso de cuentos. Para que todos vean que soy capaz de escribir una historia con planteamiento, nudo y desenlace, como nos explica la seño, todo ordenado. El problema que tengo es que no me gustan los cuentos que ganan el concurso de Navidad. A mí me gustaría escribir un cuento donde los niños metieran petardos en latas y los hicieran explotar en los portales, y que a Papá Noel se le quemara el culo al entrar por la chimenea de una casa, y que un pavo muy listo, como pasó una vez en la casa de los abuelos en el pueblo, se escapara corriendo por toda la casa para librarse del horno, liándola parda, como dijo la abuela. Pero lo cuentos que ganan el concurso de Navidad cuentan historias de huérfanos, o de padres que no tienen dinero para hacerles regalos a sus hijos, o de niños enfermos, o de niños que rompen sus huchas para darle el dinero al pobre de la esquina, o de ancianitas que viven solas y ni fuerza tienen para poner el belén. Todos son así. Son cuentos primero tristes y luego alegres, con final feliz. Aunque en algunos también es triste el final, pero que, como dice la seño, te hacen sentir y aprender. Así que con unos cuentos lloras de alegría y con otros lloras de pena. Y con algunos no sabes muy bien por qué lloras. Parece que el truco está en eso, en hacer llorar, y es lo que yo tengo que conseguir si quiero ganar el concurso.

Al hablar de petardos se me ha ocurrido que el protagonista del cuento podría ser un niño de diez años al que le estallan unos petardos en la mano y se la tienen que cortar. Este sería el planteamiento. El niño, cuando sale del hospital, está muy triste y, aunque son vacaciones de Navidad, no quiere bajar a la calle para que sus amigos no le vean sin manos y no le miren con cara de pena o como si fuera un bicho raro. Este sería el nudo. Entonces el niño ve en las noticias de la tele a un joven que ha pedido un brazo y que con las piezas de su LEGO se hace él mismo un brazo artificial. Así que el niño pide a los Reyes un LEGO y, siguiendo el ejemplo del joven de la tele, se hace una mano artificial. Los padres no saben para qué ha pedido el niño el LEGO y cuando ven a su hijo con la mano artificial a colorines tocando una zambomba delante del árbol iluminado y cantando el villancico ese de «Hacia Belén va una burra…», se abrazan a él llorando de alegría. Este sería el desenlace.

Pero, ahora que lo pienso, voy a quitar lo de los petardos. Mejor que el niño salve a su perro de morir atropellado por un coche, lanzándose a por él. Una rueda del coche le aplasta la mano y la pierde. Es mejor así porque el niño hace una buena acción, y es lo que gusta en los cuentos de Navidad, y todos dirán “¡qué buen niño y cuánto quiere a su perro”. También lo hago por mi perro, que se llama Doraemon como el gato robot cósmico. Un día le di una patada en la tripa. Estaba yo muy rabioso y la pagué con él por esa manía mía de actuar sin pensar. No lo he vuelto a hacer porque quiero mucho a mi perro. Los animales son muy listos, y el perro es de los más listos, seguro que Doraemon entiende, aunque no sepa leer ni hablar, que vuelvo a pedirle perdón.

Sí, esta va a ser la historia, la de un niño bueno (salva a su perro), e inteligente (se construye él solo una mano con las piezas del LEGO). Ahora, cuando acabe el recreo, me voy a poner a escribirla en la clase de mates. Espero que la seño no me saque a la pizarra, pues tengo que darme prisa porque el plazo termina hoy, y ojalá me quede bien porque una cosa es contar lo que voy a escribir y otra distinta el escribirlo, Y ojalá que todos los del jurado lloren mucho y me den el primer premio, y mi compañero y enemigo, Paco, rabie de envidia. Además, si gano, mis padres se pondrán muy contentos y no me dirán “nos vas a matar a disgustos, hijo mío”, y el director del colegio me llamará para felicitarme y no para soltarme el mismo rollo de siempre, cada vez que me echan de clase.

 

 

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