Menudo belén

 

Belén plastilina

Fue una madre quien me informó de que en el belén de primaria se encontraba la figura de plastilina de Herodes decapitando a un niño. La figura, salvando el siniestro contenido, es cómica: Herodes, una especie de Homer Simpson, con ojos saltones y tripa voluminosa, agarra con la mano izquierda, por los pelos, a un bebé desnudo, y con la derecha empuña un cuchillo a punto de rebanarle el cuello. La cabeza del niño está muy lograda, con ojos aterrorizados y la boca abierta, pero el cuerpo es más de pollo que de niño.

Tuve que felicitar a la madre que avistó al Herodes Decapitator (así lo bautizaría la profesora de inglés), pues el belén de primaria parece la Plaza Mayor de una gran ciudad en un día soleado y de vacaciones, ya que a excepción del Nacimiento, que se elige en un concurso previo entre clases, los otros elementos del belén se multiplican para que todos los niños puedan participar. Así, pues, hay legiones de pastores y lavanderas, siete tríos de Reyes Magos, decenas de pozos y de molinos… Y, salpicando la orografía del belén, también se pueden ver figuras sospechosamente perfectas, productos, sin duda, de una malentendida colaboración de los padres con sus hijos. Sí, aquella madre tuvo buen ojo para encontrar a Herodes Decapitator entre tamaña multitud, medio oculto en una de las tantas tahonas y no en el castillo, donde, en sus torreones, se exhiben otros cinco Herodes, aparentemente pacíficos y apiñados como si formaran un extravagante grupo rockero excitando a las masas.

Informada del suceso, la Directora nos reunió al profesorado de primaria para pedirnos que descubriéramos al alumno autor de la ocurrencia. Yo, que soy nuevo en el colegio, cruzaba los dedos para que no fuera uno de los míos, y no porque concediera importancia al asunto, sino porque supondría empezar con mal pie, y seguro que origen de chirigotas hacia mi persona.

Una profesora opinó que lo ocurrido era de esperar en una sociedad marcada por la violencia y por unos perversos medios de difusión cuyo único fin es mejorar las audiencias, con niños como esponjas, que todo lo absorben. Otro profesor apuntó que lo más probable era que el autor fuera un alumno con conductas disruptivas en el aula, miembro de una familia desestructurada, y que, por tanto, primero pusiéramos el foco en los niños que entraban en esas categorías. A mí, que añoro categorías como “alumno tocapelotas” o “familias jodidamente problemáticas”, y que cada vez que oigo “familia desestructurada” no puedo evitar imaginarme a una familia construida con las piezas del LEGO, de pronto desarticulada, desbaratadas las piezas, me entraron náuseas al oír aquellas palabras “disruptivas”.

No hicieron falta demasiadas averiguaciones: el autor confesó sin presiones ni amenazas. Para alivio mío, no es uno de mis alumnos, sino un alumno de ocho años, de tercero de primaria. Un niño de ojos negros, muy vivos, y una tierna sonrisa de pillo, al que dan ganas de achuchar; y si no lo hice fue por ese virus que se ha instalado en nuestros cerebros y nos hace sentirnos sospechosos por la pedofilia de otros. Y me pregunto ¿qué futuro tiene una sociedad en la que temes dar ternura a los niños? Pero, en fin, ese es otro asunto. Interrogado el chaval, explicó con naturalidad, es decir, sin azoramiento ni sentimiento de culpa, que la profe de religión les habla de Herodes y de las plagas sobre Egipto, y de hombres que resucitan a la orden de “levántate y anda” y de un padre que tiene que matar a su hijo porque Dios se lo pide… Y que a él le gustan mucho esas historias que parecen cuentos.

Luego la Jefa de Estudios entrevistó a los padres. Resultó ser una pareja felizmente articulada en sus piezas, ni muy rígidos ni demasiado laxos, sensatamente imperfectos, que hablaron de su hijo con amor y alabaron su creatividad. “Mi hijo es una esponja, todo lo absorbe”, dijo el padre; es decir, las mismas palabras que pronunció la profesora que habló en primer lugar en la reunión, y que nos sirvió para reírnos con ella: “Uy, tú compartes esponja con el padre”.

Analizado el caso, unos profesores estuvieron a favor de mantener a Herodes Decapitator en el belén, argumentando que el niño tiene derecho a la libertad de expresión, y más cuando esa libertad se apoya en las enseñanzas de las clases de religión, y que lo contrario sería discriminar al niño, quien podría desarrollar un trauma que frenara su creatividad. Otros veían un despropósito el mantenerlo, una contradicción con la cultura de Paz que toda escuela que se precie intenta inculcar. Yo, inseguro por naturaleza, asentía a todo cuanto decían. La Directora, oídas todas las opiniones, concluyó que el niño no tiene culpa y que lo mejor era dejarlo correr adoptando una decisión salomónica: mantener a Herodes en el belén, pero en un lugar aún más recóndito, de tal forma que solo lo pudieran ver quienes estuvieran advertidos.

Pero nada está resultando tan sencillo como ella había previsto. Las visitas al belén han ido aumentando con los días, e incluso acuden antiguos alumnos que aparecen como por casualidad: «Pasaba por aqui y…». Todos se mueven igual que moscas nerviosas, con la cámara del móvil en acción, y los wasaps en los grupos de padres se inundan con la imagen del Herodes Decapitator, y la polémica se extiende por la comunidad escolar. Además, hoy todo se ha complicado, tanto que he empezado a dudar de mi capacidad como profesor para contrarrestar el poder de las fuerzas malignas que llegan desde fuera de las aulas: unas ovejas de corcho y lana han aparecido descuartizadas en el río de papel plata que atraviesa el belén, teñido ahora de rojo, y el ángel de la Anunciación, encaramado al tejado del Portal, se ha transformado en un lóbrego vampiro de colmillos afilados, justo por debajo de la Estrella de Belén que cuelga desde el techo con la leyenda: FELIZ NAVIDAD.

 

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