El barco pirata flotaba en las aguas de un mar trasparente, los cañones estaban preparados y los tripulantes en sus puestos, ojo avizor, a la espera del enemigo, cuando de pronto el agua se cubrió de una espuma blanquecina con olor a limones que crecía por momentos, y un trasatlántico, como caído del cielo, avanzaba hacia ellos: no era el buque de guerra que temían, pero supieron que estaban fatalmente perdidos en el instante en que el niño se zambulló en la bañera.