En los días de sol mi madre me gritaba en el parque: “¡Corre, corre, que no te coja!” Y yo corría todo lo que me daban de sí las piernas, apretando los dientes, aunque luego mi madre se tronchara de risa al verme jadeando, parado con las manos en los riñones, enfadado porque nunca conseguía ser más rápido que mi sombra.