En las vacaciones castigué a mi hijo sin ver la televisión por insultar a su hermana. No rechistó y se fue a jugar con la plastilina. Me enterneció verlo tan concentrado, con la lengua asomando por la comisura de los labios, ya mirándome a mí ya a la figura que iba dando forma, intentando una réplica de mi persona: la nariz prominente y la cicatriz que tengo en la barbilla. Cuando terminó, vino sonriente a ofrecérmela, pero al ir yo a cogerla, su sonrisa se tornó siniestra y con rabia hundió un dedo en el pecho de la figura.
Ahora estoy en el hospital. Los médicos dicen que ha sido un infarto, y no les voy a llevar la contraria: no me creerían, y, al fin y al cabo, se trata de mi hijo.