El pasado domingo en el parque, me encontré con un padre que, luciendo esa paciencia que nos caracteriza a los adultos, intentaba que su hija aprendiera a montar en bici. La niña, de unos seis años, con su casco rosa reglamentario y sobre una bicicleta también rosa con pegatinas de Peppa Pig, se esforzaba en mantener el equilibrio a la vez que pedaleaba. En el límite de la desesperación, bufando y dando saltitos como un gordo gorrión, el padre le gritó a la niña: “Si es que no tienes en cuenta el centro de gravedad, y así es imposible”.
Que levante la mano quien a veces no se haya sentido ridículo instruyendo o educando a sus hijos. Y que levante la mano quien sepa dónde coño está el famoso centro de gravedad que nos mantiene equilibrados y pedaleando.