Comiendo con un filósofo

Hace ya dos años que Daniel dejó de buscar su palo ideal. Ahora, con cuatro años, no quiere comerse los macarrones porque hoy los macarrones no le gustan.

—Pues te vamos a hacer un helado de macarrones —dice Álvaro, su hermano, de diez años, ejerciendo de hermano a conciencia, es decir, de permanente tocapelotas.

—En mi mundo no hay helados de macarrones —responde Daniel.

En ese momento, mi tenedor con macarrones (a mí sí me gustan) se queda en vilo, a medio camino entre el plato y mi boca.

—Tu mundo es el de la fantasía —replica Álvaro.

Mi tenedor sigue en punto muerto.

—No, mi mundo es el del Ensanche de Vallecas —concluye Daniel.

Para posibles lectores forasteros, diré que El Ensanche de Vallecas es un barrio de Madrid, donde vive Daniel.

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— Cómete el plátano y te pondrás muy fuerte —le dice la abuela a Daniel.

—El plátano no da fuerza, el plátano da rapidez —responde él.

Pienso que lo habrá oído en algún capítulo de La Patrulla Canina, o de los Minions, o de cualquier otro dibujo animado de los muchos que ve.

—¿Por qué sabes tú eso? —le pregunto.

—Porque un día comí un plátano y fui rápido.

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