Un día, Lola y yo decidimos prescindir de las palabras de amor porque nos dimos cuenta de que nos estábamos volviendo perezosos. Es tan cómodo decir te quiero y luego no hacer nada; tener una caja preparada de tequieros y esparcirlos a diestro y siniestro. Fue el día en que haciendo limpieza, en las tripas del sofá, junto a lapiceros, monedas y demás piltrafas, encontramos un montón de desvalidos tequieros, retorcidos, cubiertos de pelusas.