El anciano actor entra en el salón comedor del Hotel Excelsior. Va en calzoncillos, el cuerpo flácido, la mirada perdida. Es muy temprano y el comedor se encuentra vacío. El anciano se acerca a una de las cortinas, se agarra e ella y trepa apenas unos centímetros. «Ankawa, yo Tarzán», dice. Y allí permanece colgado, como un camaleón flaco y descolorido. Intenta su grito de guerra, pero solo logra una tos persistente. Por el extremo del salón aparece el maitre, y con mucha delicadeza y como si la situación no le resultara extraña, toma al anciano por el brazo y le invita a descolgarse: «Señor Tarzán, la selva está cerrada».
Qué bueno! Juraría que era «Ankawa», yo era muy fan de esas pelis…
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Ankawa, Carmen. Qué alegría «verte» por aquí. Ya lo he corregido.
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