La aritmética del amor

aritmética del amor

Lola siempre decía que en la vida de uno hay personas que suman y personas que restan, y que a su lado ella no quería personas que restasen.

―No creo que existan personas que solo sumen o que solo resten ―le decía yo―. Todos sumamos y restamos.

Y Lola, poniendo cara de ecuación, respondía:

―Por supuesto que sumamos y restamos, tontín, pero lo importante es el saldo. Las personas con saldo negativo… no las quiero en mi vida… ¡fuera de mi vida!

―Ya ―insistía yo―, pero incluso aquellas con saldo negativo también suman de alguna manera. ¿Acaso no te sirven de aprendizaje?

―Sí, muy agudo, pero una vez que he aprendido… ¡Fuera de mi vida!

―¿Y qué me dices de esas personas que pasan por nuestro lado sin dejar huella, que ni suman ni restan? En ese caso no se puede hablar de saldo.

―Yo las llamo personas CERO, aunque en realidad son tendentes a CERO, pues el cero en las relaciones humanas es imposible. Siempre hay un tono emocional, por insignificante que sea, a veces escondido en el inconsciente.

―Joderrr… ―decía yo.

Conversaciones de esta índole, que me dejaban extenuado, teníamos Lola y yo con cierta frecuencia. Pero ayer me citó en un banco del Parque de El Retiro de Madrid, justo delante del Palacio de Cristal, y después de advertirme de que la cúpula del Palacio alcanza los 22,60 metros de altura, y 14,61 metros las naves laterales, pasó al meollo de la cuestión por la que me había citado en ese parque cuyas coordenadas, según Lola, son:

Latitud & longitud: 40.4152606, -3.6844995 Minutos de arco: 242491563, -22106997 DDD.MM.SS: 40.24.55,-3.41.4 NMEA (DDDMM.MMMM): 4024.9156,N,00341.0700,W ELEVACIÓN: 664.97 metros.

―Al principio de nuestra relación, tú ―empezó Lola―, más que sumar multiplicabas. ¡Qué digo multiplicar!, tenías efectos exponenciales en mi vida. Pero ahora restas y restas, y creo que ya no hay quien te pare, hijo mío, ¡qué forma de restar!

No me esperaba estas palabras de Lola, pues no era yo consciente de que mi saldo en su cuenta emocional se hallara en números rojos. Y si hubiera tenido algo de orgullo, en ese mismo momento me habría largado por las tangentes del banco, de El Retiro y de la vida de Lola. En lugar de eso, le dije:

―Y ¿podrías decirme cuál es la cuantía de mi saldo negativo y si estoy aún a tiempo de que me concedas un crédito?

―No seas bobo, no es cuestión de números, son sensaciones que tengo y que no sabría muy bien explicar―dijo con hiperbólica sonrisa.

Siempre he sido un negado para las matemáticas, pero la sonoridad de algunos de sus conceptos me resulta interesante, y aunque no tenga ni puñetera idea de sus significados, me pareció que usarlos sería una buena forma de tocarle a Lola las narices (narices, por cierto, con forma de precioso triángulo rectángulo).

―Me parece una respuesta de muy poco rigor, Lola, para una mente científica como la tuya, porque yo sigo siendo el mismo. Así que habrás cambiado de contable interior, o tu vida ha tomado una derivada hacia una fase logarítmica, o quizás es que, en realidad, los que a ti te gustan son los numeritos irracionales. Vamos que…

―Nada, no me aturulles ―me interrumpió―. Restas y restas. Ahora mismo estás restando, y mucho. Fuera de mi vida. Tenemos que cortar ya mismo esta operación… relación, quiero decir.

Se levantó, y creo que por esa afición suya a la aritmética y a la geometría, se fue caminando en dirección a la escultura de Agustín Ibarrola, unos cubos grisáceos de hormigón ya en franco deterioro. Tentado estuve de preguntarle a gritos si sabía cuánto sumaban las áreas de aquellos tres cubos, pero apenas me salía la voz. Me quedé en silencio para decirle al centro de mi Yo, en ese punto equidistante de mis límites y limitaciones: “Así, amigo mío, es como deben de sentirse los números primos”.

 

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