Sabía que a esa hora no había nadie en casa, pero aun así llamé por teléfono. Oí mi horrible voz en el contestador, esa voz que no parece mía cuando la oigo fuera de la caja de resonancia que es mi cabeza, la voz diciendo que puedo dejar un mensaje al oír la señal. Y sí, dejé un mensaje, no pude evitarlo: “Imbécil, tu mujer te engaña”, dije, sin saber por qué, a ese otro yo que me resulta tan extraño. Luego, cuando ya en casa he oído mi propio mensaje, me he puesto a temblar, y al ver que Lola abría la puerta y entraba sonriendo, he tenido un injustificado ataque de celos.
Muy, muy bueno… totalmente me siento identificada en plan de hacer , a veces, las cosas inexplicables de punto de vista del sentido común.
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