Estoy en el agua y Álvaro me grita desde la orilla del mar: “Mira lo que hago, abuelo”, y se tira al agua haciendo la bomba; luego da unas cuantas brazadas y sale del agua para volverse a tirar: “Mira ahora hasta donde llego”, toma carrerilla y se lanza como un saltador de longitud, dando varios pasos en el aire. Así está un buen rato, mostrándome todas sus habilidades: “Cógeme por los pies y lánzame lo más alto que puedas”. “Abre las piernas, que voy a pasar por debajo buceando”…
Alba está a dos metros de la orilla, sentada en la arena, mirando a su primo con admiración. Pero se mueve inquieta, hundiendo las manos en la arena; parece dudar entre levantarse o quedarse sentada. Finalmente se levanta, camina hasta la orilla, muy cerca de donde estoy: “Pues yo, abuelo, me sé una poesía de una mariposita”, me dice con su voz menuda mientras cruza los pulgares en aspa para formar las alas de una mariposa con las manos. Y así, con la mariposa cerca de su pecho, se me queda mirando. Luego toma aire como para darse impulso y, mientras sus manos aletean en el aire, empieza a recitar:
A la mariposa Lita
le gusta pasear,
volar por aquí,
volar por allá.
Voló tanto tiempo
que se cansó,
le ofrecí mi mano
y se posó.
Le acaricié las alas
y se asustó
me miró enojada
y se escapó.
Pingback: Un poema de Sam Shepard | Las horas lentas