
Nunca ha estado más de una semana sin embutirse en el traje de superhéroe, pero ahora se halla postrado en una cama, en la décima planta de un hospital. Su traje de Supermán cuelga de una percha y parece más el gastado pijama de un adolescente que la segunda piel de un superhéroe. “Soy Clark Kent, choqué contra un dron de kryptonita cuando volaba por el cielo de Metrópolis”, les dijo a los doctores, que han decidido trasladarlo al pabellón de psiquiatría. Protesta: “no estoy loco, protejo la ciudad, estoy enamorado de Lois Lane, exijo el alta médica”. Lo ignoran. Se enfurece, se escapa de la cama, corre hasta la ventana y se arroja al vacío. Los doctores, desde la misma ventana y estupefactos, lo contemplan poderoso a la vez que vulnerable con el infame camisón de hospital hinchado cual vela de barco y el culo al aire, volando alto, muy alto.