“Siempre que nos vamos de vacaciones pienso que nuestra casa desaparece en cuanto salimos y cerramos la puerta, y que no vuelve a aparecer hasta que regresamos, en el justo momento en que abrimos la puerta. Ya en la calle miro hacia el bloque y veo la fachada intacta, el balcón y las ventanas en su sitio, pero no puedo dejar de imaginar el enorme vacío interior que se produce entre los pisos que están por encima y por debajo del mío.
Es lo que tenemos los neuróticos: pensamientos absurdos que no podemos evitar, que giran como una peonza en nuestra cabeza hasta aturdirnos. Para tranquilizarme me pregunto qué importancia puede tener que la casa emigre si cuando volvemos está allí, en su sitio, para acogernos. Pero poco puede el lenguaje de la razón contra la imaginería irracional, y pasado un breve tiempo vuelvo a sentir la desazón que me provoca la ausencia de la casa. Incluso ya en la playa, sentado frente al mar, dejándome hipnotizar por el vaivén de las olas, se me cuela la no-casa por los intersticios de la modorra, y recurro al esfuerzo de la imaginación para rescatar las habitaciones de mi casa, el pasillo, la cocina…, pero es inútil, el hueco del vacío, como un agujero negro, todo lo succiona y se lo lleva a saber dónde.
— ¿En qué piensas con esa cara de estreñido? —me pregunta Lola, a mi lado, sentada sobre una toalla.
— En la contaminación de los fondos marinos —le digo.
— ¿Y tienes que poner esa cara, hijo mío? Ni que hubieras visto al Leviatán envuelto en plásticos —Lola es muy leída, y siempre que puede me suelta perlitas de esa índole entre las baratijas de mis conocimientos. Se levanta y se va a dar un chapuzón.
Al día siguiente, de nuevo en la playa, recibo la llamada de Jorge, el portero de la comunidad de vecinos. Me dice que han entrado a robar en mi casa y la han dejado como si hubiera pasado un tsunami. Jorge no es tan leído como Lola, pero está muy al día y prefiere la metáfora del tsunami a la del terremoto, que es menos moderna; al igual que prefiere “interactuar” a la simpleza del “conversar” Sea como sea, su noticia me llena de alegría, que trato de ocultar a los ojos de Lola, que espera, ahogando a la toalla, el resultado la interacción entre Jorge y yo.
— Nos han robado. Han dejado la casa como si hubiera entrado el Leviatán —digo sin poder reprimir una larga y apacible sonrisa cuya razón de ser me sería muy difícil explicarle a Lola.
— Tienes que ir al psiquiatra. Sin falta. Mejor me voy a dar un chapuzón.»
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Este relato lo escribí durante las vacaciones. Al regresar a Madrid nos encontramos la casa desvalijada, y en realidad parecía que hubiera pasado un tsunami. El portero no nos había informado porque en sus recorridos por las plantas siempre vio la puerta cerrada y sin señales de que la hubieran forzado. No fue necesario, según nos explicaría la policía: nuestra cerradura era del tipo “entra y llévate lo que te salga de los cojones, la casa es tuya”. Los ladrones, siempre según la policía, meten una llave por la cerradura y golpeando con un martillo alinean los puntos de anclaje, o algo así. Vamos, que los puntos de anclaje son como los planetas, que también se pueden alinear. El día del robo, los planetas de mi particular carta astral debían de estar alineados con la chunga cerradura de mi casa.
En lo que a mí respecta, una vez controlados los sentimientos de impotencia, desvalimiento y humillación, y cumplido con los trámites preceptivos de visita de la policía científica, denuncia en comisaría e informe a la empresa aseguradora, me empezó a embargar —enfermo de ficción— un regusto de felicidad, primero porque para satisfacción del personaje de mi relato, la casa seguía existiendo aun cuando él estuviera de vacaciones, y segundo por ese puente que se había tendido entre mi relato y la realidad. Entusiasmado, les contaba a familiares y amigos esta coincidencia entre los dos mundos, y ellos, sin dar importancia a los maravillosos mecanismos con que la ficción se entrevera con la vida, simplificaban mi entusiasmo echándole un jarro de agua fría: “El próximo relato que escribas que sea de un personaje al que le toca la lotería”.
Te superas…
Espero que hayas cambiado la cerradura y la no-cerradura de tu no-casa.
Un saludo!
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Qué alegría, Carmen, leerte por aquí.
Sí, he puesto una nueva cerradura (las llaman «antibumping» -puñetero inglés-; la anterior debía de ser «antinothing») y un cerrojo Fac. Para la no-casa he elegido una no-cerradura, claro, pues no está bien ponerle cerrojos a la imaginación.
Un abrazo.
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