“La bicicleta ha encogido”, decía Paquito. Su madre y yo le explicábamos que era él quien había dado un estirón y que por eso la bici le parecía más pequeña. Pero no había manera de convencerlo, seguía en sus trece: “La bicicleta ha encogido, la bicicleta ha encogido…”.
Un día ―compartíamos clase―, el profesor le mandó salir a la pizarra para preguntarle la lección. “En mi libro no viene esa lección”, aseguró Paquito, sin inmutarse. El profesor le pidió el libro y pudo comprobar que las hojas del libro habían sido arrancadas.
Otro día, en que su madre había calentado la placa de la cocina para hacer unas chuletas, se le ocurrió, en un descuido de ella y haciendo caso omiso de mi advertencia, poner a cabalgar al séptimo de caballería sobre la ardiente placa. Al instante soldados y caballos empezaron a retorcerse sobre sí mismos. La madre entró corriendo en la cocina, al olor de la goma quemada, y los indios apaches, desde la encimera, miraban atónitos los montoncitos de masa informe que salpicaban lo que se suponía iba a ser el campo de batalla.
Le conté a mi padre las cosas raras que Paquito hacía y decía, y me explicó que Paquito tenía retraso mental, pero a mí me pareció raro que un niño tan guapo (las madres decían qué guapo es Paquito, qué bonitos ojos negros y qué largas pestañas) tuviera retraso mental.
Un verano el padre de Paquito se fue de casa. Los abandonó a él y a su madre. No se hablaba de otra cosa en el barrio. Y desde entonces Paquito empezó a hablar solo.
Extrañados y preocupados por esos crecientes soliloquios, los amigos le preguntamos:
―¿Por qué hablas solo, Paquito?
―No hablo solo. Hablo con mi padre.
―Tu padre se fue, ya no está aquí, es imposible que hables con él.
Y Paquito, con gesto de quien se impone tener paciencia con aquellos que no logran entender, nos dijo:
―Mi padre sí que está, pero tiene poderes y se ha vuelto invisible.
Entonces pensé que Paquito se estaba volviendo loco, y quizá fuera así, aunque ahora también sé que realmente hay personas que nunca se van de tu lado, es solo que se vuelven invisibles.
buen relato
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Gracias
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