Mi nuevo ordenador dispone de un corrector de sinceridad: según pulso las teclas, unos microscópicos sensores van descubriendo mis pensamientos más ocultos, incluso para mí. Así que en la pantalla aparece escrito no lo que mi cerebro consciente propone, sino lo que esos sofisticados sensores desvelan. He empezado con algo fácil: “Me encanta mi trabajo”, tecleé. En la pantalla apareció: “Así se hunda la Empresa”.
En dos horas de escritura he aprendido más de mí mismo que en el resto de mi vida. Pero ahora tengo un dilema: no sé qué hacer con el farsante que soy.