Quería ser juez, tener potestad para juzgar los actos libres de los hombres. Pero una noche soñé con un boleto de lotería: el 5423. Supe que era el boleto ganador porque un potente haz de luz lo rescataba de una envolvente oscuridad. Nada más despertar, me fui a la administración de lotería más próxima, y mientras esperaba mi turno, me imaginé con el dinero en mi poder, sin voluntad para preparar las duras oposiciones, rodeado de falsos amigos que me proponían “rápidos y rentables” negocios, casado con una mujer que en el lujo se volvía caprichosa y ridículamente sofisticada, y con unos hijos que, sin oficio, esperaban como buitres el bocado de mi herencia. Cuando volví a la realidad, el empleado de la administración tamborileaba con impaciencia sobre el mostrador. Me sequé el sudor frío que empapaba mi frente y, arrepentido, balbuceé un nuevo número: el 15917, número con el que, semanas más tarde, gané el primer premio de la lotería nacional.
buen relato, como buena prosa
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