Admiro la paciencia de los pescadores. Me pregunto si, mientras esperan sentados en sus sillas plegables o de pie en la orilla, andan pensando en sus cosas o es su cerebro una prolongación del río, licuado y con un fondo de piedras y algas. De pronto se hunde el corcho. Es el premio a la paciencia. Exhiben sus piezas, se fotografían con ellas. Pero conozco a un pescador cuyo mayor empeño es no pescar, pasarse las horas muertas sin beneficio. Hoy también él se ha dejado fotografiar, su mano derecha en alto parece sujetar la cola de un pez invisible. Pero ¿cuánto miden los peces que no se pescan? ¿Qué jerarquía utilizar? El pescador me saca de dudas: “Tres horas, y nada”, me dice orgulloso, sonriendo.