La pequeña viajera

La pequeña viajera viene en camino.

Allá en la distancia, en el inicio, fue algo minúsculo pero ya con el mensaje de la vida.

Entre la neblina de las ecografías, la vemos avanzar lentamente, agrandarse en el espacio milagroso que la cobija y la alimenta.

Es un fruto madurando, y sus padres nos envían dibujos que ilustran su tamaño en progresión, semana a semana: como una fresa, como un melocotón, como un aguacate… Hasta que dejemos atrás la frutería y sea solo, ¡¿solo?!, una niña con el tamaño de una niña. Eso sí, para comérsela.

Pero antes fue solo el SER, la indefinición, el no saber aún qué nombre ponerle, hasta que un día se liberó del pudor y nos mostró su cuerpo entero y fue definitivamente Leyre.

Tan pequeña, tan escondida ¡y lo que ya ocupa!, en los pensamientos, en las conversaciones, en los rincones de las casas por donde la imaginamos gatear, caminar, crecer…, en los escaparates (mira ese vestidito y esos patucos y esa cuna y…), en los sueños.

Ya la acariciamos y le damos besos a través de la frontera que es la piel tersa de su madre, anticipo de los que vendrán cuando abandone el cálido recinto que la ampara y salga/entre al barullo de la familia, del mundo, respirando sola, su primera independencia.

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