
Había una vez un pajarito que no decía “pío pío”, sino “miau miau”, no porque se creyera un gato, sino porque estaba enamorado del felino de la casa donde ambos vivían. Sabía el pajarito que lo suyo, ese amor por el gato, era una anomalía, y que su amor nunca sería correspondido; que el gato, guiado por su instinto, solo lo quería para comérselo. Aun así, cada vez que el gato se acercaba a los barrotes de su jaula con los bigotes enhiestos y la lengua anhelante, el pajarito empezaba a aletear loco de contento y a trinar con frenesí, y se imaginaba en las fauces del amado, engullido, atravesando su angosta garganta hasta llegar al centro mismo del corazón. ¡Qué feliz se sentía entonces! Y así era hasta que un día, por fin, desbordado de amor, el pajarito abrió la jaula.