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El inspector Gadget se escondió bajo la mesa del restaurante. Se sentía avergonzado. Nunca antes había padecido tan contundente rechazo por parte de una mujer. De nada le habían servido sus artilugios para las noches de conquista: el gadgetoestimulador de deseo a distancia; la gadgetomano aterciopelada con que acarició su esbelto cuello; el gadgetopinganillo acoplado a su propio oído que le dictaba la pasional verborrea que luego él repetía con perfecta y emotiva dicción; el ardiente reflejo instalado en sus negros gadgetojos… No, nada de eso alcanzaba a esta mujer, impasible como un pájaro disecado. Entonces el inspector simuló buscar unas monedas bajo la mesa, para ocultar el rubor que le encendía las mejillas. Y así estuvo unos segundos que le parecieron eternos, hasta que comprendió que era su corazón lo que debía ofrecer a la mujer. No el gadgetocorazón, sino aquel que palpita y sufre, el corazón que muere.