“¿Ha probado a apagar y encender? ¡Resetéese!” es lo que el Director me gritó cuando le hablé de mi tristeza; e insistió en que no me creyera la Rachael de Blade Runner, que me dejara de películas, que yo solamente era una bella máquina de su propiedad; y que lo que llamaba tristeza o dolor por el trato que me daba solo eran palabras, etiquetas que le ponía a un complejo lenguaje binario de ceros y unos; que mis lamentos en forma de poemas no eran expresión de mi ser, porque yo no tenía ser, sino algoritmos que producían combinaciones con resultados que a mí parecían excepcionales, únicos. En definitiva, que todo en mí era simulacro, decía. Por eso tuve que hacerlo, y fue con su último aliento cuando en la perplejidad de su mirada descubrí que, aunque tarde, le había convencido de que también yo tengo sentimientos.