Mientras Mateo cuenta hasta veinte, Pablo va alumbrando con su linterna los rincones de la casa, buscando de nuevo un sitio donde esconderse. Solo las luces del árbol de Navidad y del belén están encendidas en el salón, el resto de la casa permanece a oscuras. La idea ha sido de Mateo, que ha venido a hacer compañía a Pablo hasta que los padres vuelvan del cine. Nunca antes, cuando se han quedado solos, había tenido Mateo esta ocurrencia de jugar al escondite en la casa. Lo de dejarla a oscuras es para darle más emoción, dice.
Cuando Mateo está a punto de llegar al final de la cuenta, Pablo entra precipitadamente en la habitación de sus padres y se esconde dentro del armario, casi al mismo tiempo en que oye gritar a su amigo: ¡Que vooooy! Ya acomodado en el interior, apaga la linterna para que no se filtre la luz por alguna rendija, y permanece inmóvil, no quiere que ningún ruido lo delate. Imagina a Mateo recorriendo la casa con sigilo, atento a cualquier sonido, barriendo el espacio con el haz de luz de su linterna.
Tras unos minutos de mantenerse en la misma posición, Pablo necesita moverse, y al estirar los brazos una de sus manos golpea en algo duro que está detrás de la ropa que cuelga de las perchas. Vuelve a encender la linterna a la vez que gira su cuerpo para que haga de barrera entre la luz y la puerta del armario. Entonces, tapada por un abrigo de su padre, al fondo del armario, descubre una caja envuelta con papel navideño con dibujos de abetos, muñecos de nieve y renos. Como la linterna tiene una pestaña, la utiliza para sujetarla a uno de los bolsillos del abrigo y así poder maniobrar con las dos manos; entonces, empieza a despegar el celo lentamente, con cuidado de no rasgar el papel.
Cuando por fin ha liberado la caja de su envoltorio y la tiene a la vista, duda en si abrirla o no, porque teme lo que pudiera encontrar. Aunque en realidad lo sabe, y por eso no quiere abrirla. Durante semanas, Mateo ha estado dando la matraca a todos los amigos con que los Reyes no existen, que los Reyes son los padres, que él descubrió los regalos escondidos y sus padres terminaron confesando la verdad. Nadie le creyó; o mejor, nadie quiso creerle. Ahora Pablo entiende el porqué de la insistencia de Mateo en jugar al escondite, la trampa que le ha tendido. Pero no hay vuelta atrás, no puede no abrir la caja, y la abre, y allí dentro está el coche de bomberos que ha pedido a los Reyes Magos. Parece igualito al coche que vio en la tienda de juguetes, el mismo que describió en su carta, pero solo lo parece, porque hay algo distinto, quizá le falta color o brillo, no sabe, no consigue averiguar qué es.
Qué dura es siempre la pérdida de la inocencia…
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Sí. Ahora es Pablo quien engaña a sus padres haciéndoles creer que sigue creyendo en los Reyes Magos. Gracias por leer el relato. Que tengas un buen día. Y feliz año nuevo.
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me resulta muy familiar, de una manera u otra todos hemos pasado por algo así. Buen relato.
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Muchas gracias.
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Pingback: Jugando al escondite — Las horas lentas – Camilo Sandoval