Alambradas

Están frente a frente, separados por una mesa. El comandante es un héroe de guerra condecorado por su valor. El prisionero es solo un número, el 301. El comandante juega con las fotos que le requisaron al prisionero cuando llegó al campo de concentración, y al prisionero se le humedecen los ojos al ver a su mujer y a sus dos hijos manoseados por manos infames.

Antes de hablar, el comandante sonríe. Es una sonrisa cruel en la que reluce un diente de oro. Le dice al prisionero: “Perdí un ojo en combate. En su lugar hay un perfecto ojo de cristal. Si adivinas cuál es, las fotos serán tuyas”. El prisionero reprime su rabia, traga saliva y mira fijamente los ojos del comandante. “El izquierdo es el de cristal”, dice, sin titubear. El comandante hace una mueca de fastidio, le hubiera gustado verlo removerse, sudar, suplicar… “¿Por qué estás tan seguro?”, pregunta. Tampoco ahora duda el prisionero, sabe que su respuesta avivará el sádico orgullo del comandante. “Porque en el izquierdo veo un destello de humanidad que el otro no tiene”, dice, y comprueba que no se ha equivocado: el héroe suelta una estruendosa y larga carcajada.

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