Esta noche, mientras dormía, forzaron la puerta de mi casa y me robaron el corazón. No es la primera vez. Ha sido al ir a ducharme cuando me he visto la nueva cicatriz en carne viva sobre el pecho, junto a las otras ya secas. Dicen que sin corazón se vive mejor, que entre tú y lo que deseas no se interponen obstáculos morales y que al carecer de sentimientos nadie puede dañarlos. Quizá sea así, pero a mí, sin corazón, el desayuno me sabe insípido, el mar es solo un montón de agua y el sol una tediosa bola que va cambiando de posición. ¿Y qué decir de las personas?: personajes planos de una mala novela.
Quienes me han robado el corazón roban todo tipo de órganos. Conocen bien a sus “clientes” y saben qué es lo que más temes perder, aquello por lo que estás dispuesto a pagar. Así que hago lo que he hecho otras veces: entrar en wallapop para recuperarlo.
En la pantalla, entre cachivaches de toda índole, aparecen cientos de órganos: ojos, cerebros, bocas, brazos, piernas, hígados, penes, muchos penes, una ingente cantidad de penes…Y ahí está, una vez más, mi corazón. Siempre me resulta extraño verlo fuera de mí, hoy entre una bicicleta de montaña y una tostadora; me lo imagino palpitando como si me hiciera señales. No tengo argumentos racionales para demostrar que ese es mi corazón, pero lo sé y basta. Cada vez que lo recupero vivimos en perfecta comunión, hasta que me lo vuelven a robar. Siempre estoy ahorrando para cuando llega el momento. En esta ocasión piden el triple de lo que me costó la última vez, y temo que algún día no pueda recuperarlo.
¡Qué principio más estupendo!
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Gracias, Carmen. Los finales siempre son más difíciles.
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El problema lo tienes cuando te roban el corazón y no quieres recuperarlo…
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