LA LECTURA (apuntes)

FLAUBERT: “Qué sabios seríamos si sólo conociéramos bien cinco o seis libros”.

Del libro “COMO LEER UN LIBRO”, de Mortimer J. Adler y Charles Van Doren.

Montaigne habla de “una ignorancia alfabética que precede al conocimiento y una ignorancia doctoral que viene a continuación”. La primera es la ignorancia de quienes, al no conocer el alfabeto, no saben leer, y la segunda, la de quienes han leído mal muchos libros. Según la acertada definición de Alexander Pope, son zopencos librescos, personas tan leídas como incultas. Siempre ha habido ignorantes cultivados que han leído demasiado y no demasiado bien. Los antiguos griegos tenían un nombre muy adecuado para tal mezcla de conocimientos y estupidez que podría aplicarse a las personas de todas las edades que han leído mucho y mal: LOS SOFÓMOROS”.

“Buenos lectores y buenos escritores”, del libro “CURSO DE LITERATURA EUROPEA”, de Vladimir Nabokov:

Al leer debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos (…). Si uno empieza con una generalización prefabricada, lo que hace es empezar desde el otro extremo, alejándose del libro antes de empezar a comprenderlo. Nada más molesto e injusto para con el autor que empezar a leer, supongamos, “Madame Bovary”, con la idea preconcebida de que es una denuncia de la burguesía. Debemos tener siempre presente que la obra de arte es, invariablemente, la creación de un mundo nuevo, de manera que la primera tarea consiste en estudiar ese mundo nuevo con la mayor atención, abordándolo como algo absolutamente desconocido, sin conexión evidente con los mundos que ya conocemos. Una vez estudiado con atención este mundo nuevo, entonces y sólo entonces estaremos en condiciones de examinar sus relaciones con otros mundos, con otras ramas del saber”.

“Los libros no se deben leer: se deben RELEER. Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un “relector”.

“Hay al menos dos clases de imaginación en el caso del lector. Veamos, pues, cuál de las dos es la más idónea para leer un libro. En primer lugar, está el tipo, bastante modesto por cierto, que busca apoyo en emociones sencillas y es de naturaleza netamente personal. Sentimos con gran intensidad la situación expuesta en el libro porque nos recuerda algo que nos ha sucedido a nosotros o a alguien a quien conocemos o hemos conocido. O el lector aprecia el libro sobre todo porque evoca un país, un paisaje, un modo de vivir que él recuerda con nostalgia como parte de su propio pasado. O bien, y esto es lo peor que puede hacer el lector, se identifica con uno de los personajes. No es este tipo modesto de imaginación el que yo quisiera que utilizasen los lectores. Así que ¿cuál es el auténtico instrumento que el lector debe emplear? La imaginación impersonal y la fruición artística. Tiene que establecerse, creo, un equilibrio armonioso y artístico entre la mente de los lectores y la del autor. Debemos mantenernos un poco distantes y gozar de este distanciamiento a la vez que gozamos intensamente –apasionadamente, con lágrimas y estremecimientos- de la textura interna de una determinada obra maestra”.

“Hay tres puntos de vista desde los que podemos considerar a un escritor: como narrador, como maestro, y como encantador. Un buen escritor combina las tres facetas, pero es la del encantador la que predomina y la que le hace ser escritor. Al narrador acudimos en busca del entretenimiento, de la excitación mental pura y simple, de la participación emocional, del placer de viajar a alguna región remota del espacio o del tiempo. Una mentalidad algo distinta, aunque no necesariamente más elevada, busca al maestro en el escritor. Propagandista, moralista, profeta; esta es la secuencia ascendente. Podemos acudir al maestro no solo en busca de una formación moral sino también de conocimientos directos, de simples datos. ¡Ay!, he conocido a personas cuyo propósito al leer a los novelistas franceses y rusos era aprender algo sobre la vida del alegre París o de la triste Rusia. Por último, y sobre todo, un gran escritor es siempre un gran encantador, y aquí es donde llegamos a la parte verdaderamente emocionante: cuando tratamos de captar la magia individual de su genio, y estudiar el estilo: las imágenes, y el esquema de sus novelas o de sus poemas”.

«Creo que una buena fórmula para comprobar la calidad de una novela es, en el fondo, una combinación de precisión poética y de intuición científica. Para gozar de esa magia, el lector inteligente lee el libro genial no tanto con el corazón, no tanto con el cerebro, sino más bien con la espina dorsal. Es ahí donde tiene lugar el estremecimiento revelador, aun cuando al leer debamos mantenernos un poco distantes, un poco despegados. Entonces observamos, con un placer sensual e intelectual, cómo el artista construye un castillo de naipes, y cómo ese castillo se va convirtiendo en un hermoso castillo de acero y cristal”.

Del libro “LEER LA MENTE. EL CEREBRO Y EL ARTE DE LA FICCIÓN”, de Jorge Volpi

Leer cuentos y novelas no nos hace por fuerza mejores personas, pero estoy convencido de que quien no lee cuentos y novelas tiene menos posibilidades de comprender el mundo, de comprender a los demás y de comprenderse a sí mismo. Leer ficciones complejas, habitadas por personajes profundos y contradictorios como cada uno de nosotros, impregnadas de emoción y desconcierto, imprevisibles y desafiantes, se convierte en una de las mejores formas de aprender al ser humano”.

Que el arte exista en todas partes –las distintas sociedades humanas han conocido y desarrollado sus distintos géneros de maneras básicamente similares- debería prevenirnos sobre su carácter de adaptación por selección natural. Una adaptación sorprendente, qué duda cabe, pero a fin de cuentas TAN ÚTIL como el tallado de hachas de sílice”.

Hoy sabemos, gracias a los estudios de Giacomo Rizzolatti y sus colegas, que la EMPATÍA es un fenómeno omnipresente en los humanos –al igual que en ciertos simios, elefantes y delfines-, originada en un tipo especial de neuronas, las ya célebres NEURONAS ESPEJO, localizadas en las áreas motoras del cerebro. Desde allí, estas sorprendentes células nos hacen imitar los movimientos animales, que se atraviesan en nuestro camino COMO SI fuéramos nosotros quienes los llevamos a cabo. Al hacerlo, no sólo reconocemos a los agentes que nos rodean, sino que tratamos de predecir su comportamiento, en primera instancia para protegernos de ellos y, a la larga, para comprenderlos a partir de sus actos. (En efecto: si miras por televisión a un contorsionista o a un lanzador de martillo olímpico, en tu interior tú también te descoyuntas y también lanzas el martillo lo más lejos posible).

La ficción cumple una tarea indispensable para nuestra supervivencia; no sólo nos ayuda a predecir nuestras reacciones en situaciones hipotéticas, sino que nos obliga a representarlas en nuestra mente –a repetirlas y reconstruirlas- y, a partir de allí, a entrever qué sentiríamos si las experimentáramos de verdad. Una vez hecho esto, no tardamos en reconocernos en los demás, porque en alguna medida en ese momento ya “somos” los demás”.

No leemos una novela o asistimos a una sala de cine o a una función de teatro solo para entretenernos, aunque nos entretenga, ni solo para divertirnos, aunque nos divirtamos, sino para probarnos en otros ambientes y en especial para ser, vicaria pero efectivamente, al menos durante algunas horas o algunos minutos, OTROS. “Madame Bovary, soy yo”, afirmó Flaubert, pero lo mismo podría ser expresado por cualquiera de sus lectores.

Vivir otras vidas no es sólo un juego –aunque sea primordialmente un juego- sino una conducta provista con sólidas ganancias evolutivas, capaz de transportar, de una mente a otra, ideas que acentúan la interacción social (…). Sin duda la naturaleza del arte contempla también la idea de belleza –un conjunto de patrones fijados en cada sociedad y en cada época-, pero la belleza no sería entonces sino una suerte de anzuelo evolutivo, un cebo para atraernos hacia la información que se esconde detrás de su fachada”.

Pacto ficcional entre el escritor y el lector. “Yo, lector, acepto tus mentiras siempre y cuando tú, contador de historias, me mantengas en vilo, me lleves a vivir nuevas experiencias, me conduzcas a sitios ignotos, me emociones, me sacudas o me exaltes. Este es el pacto y, si alguno de los dos lo quebranta, el juego pierde sentido y concluye con el mismo desasosiego que nos embarga al ser bruscamente arrancados de un sueño”.