2 de noviembre

Me ayudaron con el equipaje, por llamarlo de alguna manera. Era una maleta vacía. Insistieron en ello: vete con lo puesto, no te lleves nada, ya la irás llenando. En realidad me forzaron a irme, no me querían en la casa deambulando como alma en pena por las habitaciones vacías, atrapado en los recuerdos, en un tiempo que ya no existía, cuando la casa tenía el lustre de la felicidad y no la polvorienta tristeza que ahora lo impregnaba todo; no me querían arrodillado frente al altarcito que yo mismo preparé con sus fotos, las flores y la constelación de velas. Es lo que me decían. Que me fuera. Que saliera al mundo a buscar la belleza y prendiera fuego a la casa para evitar la tentación de regresar. Que por ellos no me preocupara, que ellos habitaban cualquier lugar y seguirían siempre conmigo, que solo por la inercia de lo que fueron seguían allí.

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