Los aimaras y el tiempo

La mayoría, cuando nos representamos el paso del tiempo, nos situamos en una línea recta por la que caminamos. Delante de nosotros está el futuro, inalcanzable, escapista; y detrás, el pasado, donde se va almacenando, de forma un tanto caótica y no siempre fiel, el recuerdo de lo que fue presente, ese efímero y evanescente punto de la línea en el que aquí y ahora nos encontramos.

“Miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos…”, dice Luz Casal en una de sus canciones, y decimos todos. O casi todos, porque el biofísico y filósofo, Stefan Klein, en su libro “El tiempo. Los secretos de nuestro bien más escaso”, escribe lo siguiente: “En Europa pensamos en el pasado como si estuviera detrás de nosotros; el futuro, en cambio, viene hacia nosotros desde delante. Pero un pueblo indio de los Andes piensa justo al revés. Si preguntamos a los aimaras por el pasado, señalan hacia delante, en la dirección de la mirada. Al fin y al cabo, ya han visto los acontecimientos del pasado. Sin embargo, las personas están ciegas en lo que al futuro se refiere, por lo que los aimaras lo esperan tras sus espaldas.

Vivimos con la falsa esperanza de que el futuro, aunque inalcanzable, siempre en fuga, lo podemos vislumbrar desde la distancia y prever su llegada, a parte de él ya transformado en presente (aunque no sé si es el futuro el que se mueve o somos nosotros), anticipar el golpe o el abrazo que nos da cuando nos encuentra, o lo encontramos. Ahora, después de tener noticia de los aimara y su noción del tiempo, ¡puñeteros y listos aimaras!, ya no puedo caminar sin mirar hacia atrás, temiendo que el futuro me asalte por la espalda con no muy buenas intenciones.

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